Directores de cine y teatro acostumbran a recluirse con el reparto principal de sus futuras obras para conocerse, indagar en los personajes y crear armonía previa al rodaje o montaje teatral. A partir de esta premisa la directora Itxaso Arana, interpretándose a sí misma, reúne a sus actrices en una casa rural durante siete días de verano. Aquí las encontramos leyendo sus papeles, aprehendiendo la manera de decir los textos.
Estas chicas que apenas se conocen, enseguida se entienden; están en sintonía. Los conflictos que pueda llevar cada una en su mochila se dicen en alto, trascienden lo individual para ser escuchados, mirados o tratados en grupo, en una suerte de catarsis personal, conducida mediante el texto que se ensaya y apoyada en las dinámicas de entrenamiento actoral. Memorable la escena en que cada una se presenta frente a las demás apareciendo por una puerta imaginaria.
El lugar de encierro –el castillo encantado–, la casa rural rodeada de un jardín asilvestrado, pero amable, donde se cuentan sus historias a la luz de la hoguera. La visita al pueblo cercano –la salida al mundo– donde una de ellas conoce a un chico al que deja prendado. Localizaciones y etapas del cuento maravilloso: el pueblo, el camino, el río… que marcan el recorrido emocional de este ensayo de verano intimista.
Se trata de deconstruir el amor romántico y por ende los cuentos de princesas, en concreto el de “La princesa y el guisante”, bajo la inspirada advocación de la escritora Vivian Gornick, según la cita final de la película. Me viene a la cabeza otro gran ejercicio de deconstrucción, en este caso de la autoridad académica (y del amor romántico) realizado por José Luis Guerin en su película La academia de las musas. Ambos, ejercicios inteligentes que bucean a los cimientos de cada personaje, siguiendo los flujos y reflujos que han generado sus murallas y maneras de estar en el mundo. Y así también en el mundo de los cuentos, las hadas, las princesas, las musas… Seres que habitan la imaginación poblando universos paralelos que acompañan a los seres humanos desde el inicio de los tiempos. Como decía la frase del poeta reconvertida en hallazgo publicitario, Hay otros mundos, pero están en este.
Y este mundo es el que de un tiempo a esta parte está transformando su relato: que cada día haya más mujeres haciendo cine es buena muestra de ello y digno de celebrarse. La ópera prima de Itxaso Arana (nominada al Goya a la mejor dirección novel) es un ejercicio de sororidad tanto en el guion como en la producción de la película como destacaba una de las actrices protagonistas, Itziar Manero, en su presentación en el cineclub Fas. La palabra “sororidad” alude a la relación de afecto y solidaridad entre mujeres (frente a la fratria masculina o hermandad). Deconstruyamos también ese cuento, esa fraternidad invocada por todas las revoluciones sociales, que acostumbra a dejar en la estacada a las mujeres.