VEO UNA VOZ

Tomo prestado el título de uno de los libros del gran neurólogo y divulgador Oliver Sacks para comentar esta película basada en el cortometraje del mismo título y en las experiencias personales de su directora.

La ópera prima de Eva Libertad nos coloca en un lugar incómodo –como seguramente ha sido el suyo–, de observadores de un personaje que vive en la frontera del mundo oyente y la comunidad sorda, ese otro mundo del que sabemos poco, y consigue que sigamos su viaje con expectación: entre la admiración y el rechazo, la curiosidad y el prejuicio.

La protagonista, encarnada con brío por la premiada actriz Miriam Garlo, es Ángela, una mujer adusta cuya fuerte presencia deja entrever el dolor y la rabia que ha tenido que atravesar hasta llegar a la madurez; a una autonomía cuyos cimientos se tambalean al gestar y dar a luz (magnífica secuencia de parto, con toda su violencia obstétrica, estética y simbólica). A lo largo de la película Ángela transita de un mundo a otro y comparte placenteros momentos de intimidad con su pareja oyente (espléndido Álvaro Cervantes) y meriendas y momentos de evasión con su comunidad de amigos sordos, gracias al lenguaje de signos, el idioma, la cultura de esos otros, que provoca vergüenza o risas entre los oyentes no avisados.

En Sorda todos los sentidos vibran con importancia integrados orgánicamente, sin alardes, en el fluir de las imágenes: el calor acogedor de la cocina, el placer de los manjares repartidos con mimo, el agua relajante en la piel… Ángela, alfarera de manos delicadas pero firmes, modela la masa de barro como ha modelado sus experiencias desde que quedara sorda en la infancia, no se sabe por qué, y se pregunta cargada de dudas cómo recibir y educar a ese ser humano recién llegado. Lo sabemos por sus actos, sus miradas, su gesto torcido. Por esa secuencia culminante que nos encoge el estómago.

Sorda nos acerca al aislamiento sonoro y social, y ayuda a entender, a ver, esas voces de las que somos tan ignorantes.